Ivana Zacharski

¿Qué hay de inevitable en mí? ¿conozco lo inevitable de mí?

Tratar de intelectualizar el proceso creativo que se vivencia en las ¿clases? que da Nora, es un atentado. Diría que es una práctica que tiene que ver con el estar presente, practicar estar presente, atravesando todas las incomodidades que eso genera hasta que aparece el estar genuino. Es una invitación a derretir los gestos de la resistencia emocional. Es una invitación a dejarse sostener por una guía nada específica, una invitación a jugar un juego peligroso que consiste en actuar desarmando estructuras.

Mi búsqueda como curiosa observadora, escritora amateur, actriz con miedo de volver, directora en proceso y crítica espectadora, está orientada desde los comienzos por la pregunta ¿cuál es el fenómeno que hace nacer una escena? ¿Es la composición espacial y de objetos? ¿El cuerpo de la actriz/actor en el espacio escénico componiendo?

La respuesta, provisoria, que encuentro a partir de las prácticas con Nora es:

Concentrarse sólo en la actuación, que implica necesariamente, estar permeable a lo que les pasa a los otros, ese estado grupal de integración conduce a diferentes escenas donde se desenvuelve algo que me gusta llamar verdades inexploradas.

La forma en que se improvisa tiene al principio a la musicalidad como guía y eso produce mucha risa y la risa invita, tienta a probar. Hacer música, repetir, deformar, ecualizar, probar desde el estado en que cada unx está de verdad.

Prueba: Dos personas se besan y una le dice a la otra, necesito decirte cómo quiero que me acaricies.

La intimidad expuesta al juego. Vencer el prejuicio de tener que decir cosas geniales. Conectar con la alegría, aunque lo que se esté actuando no sea precisamente alegre, hacerse la pregunta ¿qué me da alegría? Esa conexión otorga sostén en la búsqueda, claridad y firmeza sin saber adónde vas.

Sentir cansa, dice Nora y me río porque es verdad, es un tema central en mi pensamiento. Actuar es sentir a fondo y eso cansa, por eso la actuación tiene puertas de entrada y de salida, como todo ritual.

La belleza y el poder de ser por un rato anónima, suspender la identidad histórica que suele ser explicativa y automatizada: quién soy, quiénes son mis padres, adónde nací, a qué me dedico, etc. Hay un punto fuerte de belleza ahí, en no explicar nada, simplemente estar siendo sin una forma predeterminada y sin juicio ante el estar del otro.

© 2024 Nora Moseinco / Escuela de actuación

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